El mundo atraviesa actualmente una crisis energética de características únicas. Simultáneamente, Europa, Asia (especialmente China e India), y algunos países de América Latina, enfrentan serias restricciones en el suministro de energía eléctrica. Desde la gestión de riesgos, ¿podríamos haber anticipado esta situación? ¿Cuáles fueron los factores que dispararon el riesgo de abastecimiento energético?

La recuperación global de la demanda de bienes y servicios, luego de la desaceleración de la economía mundial vinculada con el COVID-19, no fue acompañada por un aumento equivalente en la oferta de energía. Las fuentes utilizadas para la generación de energía eléctrica, es decir, el gas natural, el gas natural licuado, los embalses, el viento y el carbón, entre otros, se vieron simultáneamente impactados por diversos factores que limitaron su disponibilidad.

En el caso del gas natural, con la desaceleración de la economía mundial, las empresas productoras disminuyeron sus volúmenes de producción (e incluso, cerraron pozos productivos) y también el nivel de su actividad exploratoria, que resulta fundamental para garantizar los niveles de producción futuros. Ahora bien, el aumento sostenido de la producción (para acompañar su creciente demanda) no es inmediato sino que demora meses. Por otro lado, Rusia ha limitado el volumen de sus exportaciones de gas natural a Europa, al punto de ser acusada de manipular el suministro de dicho commodity en su propio beneficio. Estos factores explican las limitaciones existentes en la oferta, siendo el gas natural, una de las principales fuentes para la generación de energía eléctrica.

Por otro lado, la transición mundial hacia una matriz de generación con mayor proporción de energías limpias, no ha sido acompañada por suficientes inversiones en plantas de generación eléctrica de fuentes renovables. Por ejemplo en China, entraron en vigencia restricciones para la utilización del carbón en la generación de energía eléctrica, sin contar el país con suficientes fuentes alternativas, lo cual ha llevado a la necesidad de aumentar sus importaciones de gas natural licuado a precios elevadísimos.

 Asimismo, influyeron en la coyuntura actual factores ambientales adversos: inviernos más fríos en el hemisferio norte, limitados recursos eólicos en toda Europa y sequías en parte de América Latina. Es decir, la combinación de factores económicos, políticos, regulatorios y climáticos, ha contribuido a crear la “tormenta perfecta” en el sector energético mundial, con un fuerte impacto en los precios. Por ejemplo, en octubre de 2021, el precio del gas natural Henry Hub alcanzó US$ 5,5 por millón de British thermal units (US$/MMBtu) en comparación con US$ 2,0 en enero de 2020. En igual período, el precio de importación de gas natural de la Unión Europea batió récords superando los 30 US$/MMBtu, con respecto a 4,6 US$/MMBtu en enero de 2020. Por su parte, el petróleo superó los US$ 80 por barril, en comparación con el precio de cerca de US$ 60 en enero de 2020.

Sin duda, hubo algunos indicios que anticiparon parcialmente este escenario: la baja de los inventarios de petróleo y gas natural de Europa y Estados Unidos, el perfil político de Rusia, y la baja en las reservas globales de hidrocarburos. Sin embargo, era difícil anticipar, aún para quienes habitualmente gestionan riesgos, la conjunción de estos factores con los eventos climáticos adversos mencionados anteriormente.

 En este contexto, es importante enfocarse en las políticas de cobertura de precios utilizadas por las organizaciones, y determinar si fueron eficientes o si es necesario realizar algún ajuste para adaptarlas al nuevo entorno de precios. Se debería anticipar que la suba en el precio de la energía se derramará en la economía global, impactando en los precios de aquellos productos cuya fabricación requiere de un uso intensivo de energía, como por ejemplo, el aluminio, el acero, y el cemento, que son a su vez son insumos de otras cadenas productivas. Es decir, la escasez energética podría repercutir en el supply chain global, impactando ambos riesgos en el nivel de inflación.

 A nivel global, invitamos a los Chief Risk Officers a revisar detenidamente el impacto que la crisis energética mundial tiene o podría tener en el riesgo de suministro y en el riesgo de supply chain de su empresa. Recomendamos también, ajustar los business continuity plans a la nueva realidad, a fin de garantizar una respuesta rápida, precisa y eficaz en caso que se materialice alguno de estos riesgos.

En Argentina, paradójicamente, el desacople del precio nacional del gas natural con respecto a su precio internacional, ha resguardado al país del impacto inmediato de la crisis energética mundial. El Plan Gas.AR, asegura por tres años un precio interno de US$ 3,5 por millón de Btu (MMBtu), muy por debajo del precio de referencia internacional Henry Hub que hoy supera los US$ 5/MMBtu). Sin embargo, en la medida en que aumente la demanda estacional de energía eléctrica, Argentina deberá recurrir a la importación de gas natural licuado. En este caso, nuestro país deberá afrontar los nuevos precios internacionales y además, competir con la creciente demanda mundial; con el consecuente impacto en la balanza comercial (por la demanda de dólares) y en las cuentas fiscales (dado que el estado absorbe una parte del costo de la energía).

 A nivel local, sería importante que los Chief Risk Officers evalúen cómo se entreteje la “maraña” de regulaciones del sector energético local con el panorama internacional, a fin de reducir la probabilidad de ocurrencia y/o impacto del riesgo de suministro energético local. Es importante recordar que la gestión de riesgos también incluye la identificación de oportunidades para la creación de valor. El contexto de la crisis energética mundial presenta, sin dudas, una oportunidad para nuestro país: impulsar el desarrollo de Vaca Muerta no sólo con el objetivo de garantizar el autoabastecimiento sino también de convertirnos en un exportador neto de energía, lo cual mejoraría la balanza comercial del país.