2023 será un año con grandes desafíos para las cadenas de suministros, desde el aumento de precios de la energía hasta la falta de inversión en infraestructura y posibles imprevistos que pueden llegar a generar algunas complicaciones.
Las cadenas de suministro se han visto seriamente golpeadas desde la pandemia del 2020. Desde entonces, la volatilidad de los costos de transporte ha generado grandes distorsiones en los costos operativos a nivel mundial. Por otro lado, las sanciones derivadas de los varios conflictos geopolíticos, bélicos y diplomáticos, complica la situación de los suministros; vemos empresas que ya no pueden operar con sus proveedores debido a un embargo o una sanción, o que tiene sus rutas comerciales con complicaciones operativas. Los cambios regulatorios post pandemia afectaron las operaciones de los establecimientos productivos, los puertos y las navieras, demorando adicionalmente los ya demorados suministros.
La provisión de energía sigue siendo un problema que puede dificultar la producción de las empresas proveedoras demorando las operaciones productivas en empresas de la región. A todo esto hay que sumarle las presiones inflacionarias, el entorno recesivo y los eventos meteorológicos relacionados con el cambio climático, entre otros factores, que pueden afectar el acceso a los bienes y su tránsito hacia su destino final.
Esto se exacerba en los países de la región dada la falta de inversión en infraestructura; puertos, aeropuertos y carreteras, suelen ser obsoletos y poco eficientes, lo que complica el ya difícil panorama de la cadena de suministros.
Las inversiones en infraestructura suelen ser costosas y necesitan un alto costo de capital y un panorama con cierta estabilidad política y económica para poder tener cierta esperanza de repago, cosas que parecerían difíciles de conseguir en muchos de los países de la región (este año aparece un riesgo específico relacionado con la infraestructura).