En los años 80 la inflación parecía ser un problema endémico en la región y con muy pocas posibilidades de solución. Sin embargo, durante el presente siglo, la mayoría de los países de América Latina encontraron la manera de reducir el aumento sostenido de los precios. Para esto, no fue necesario crear nuevas soluciones, sino simplemente replicar las políticas exitosas aplicadas en otras regiones como el equilibrio macroeconómico y la prudencia monetaria. Argentina y Venezuela, las excepciones del caso, continúan sin poder resolver este serio problema precisamente por las razones opuestas; por desestimar las prácticas exitosas respaldadas por la evidencia global.

Sin embargo, en el escenario post pandemia, este problema vuelve a recrudecer y a captar nuevamente la atención de gobernantes y ciudadanos comunes.  En, por lo menos, Brasil, Colombia, México, Chile y Perú la inflación del corriente año ha superado los rangos meta de sus respectivos bancos centrales, que rondan entre 2% y 4% anual. Sin lugar a duda, esto no es algo que suceda con frecuencia. Según el Banco Interamericano de Desarrollo la expectativa de inflación promedio, excluyendo Argentina y Venezuela, aumentó a un valor récord de 4.7% para este año, esperándose 6.3% en Brasil y 7.1% en Uruguay.

Más allá de las controversias sobre las causas que generan el alza generalizada del nivel de precios, definición clásica de inflación, la misma es, por lo general, un fenómeno multicausal. Es cierto que algunos factores, impactan más que otros dependiendo el caso que se trate. En la actualidad, se conjugan factores regionales y globales. En el plano regional, el alza de los niveles de consumo luego de la recesión del año pasado, junto con la incertidumbre política en algunos países y fenómenos climáticos, ha empujado el alza de los precios. Adicionalmente al aumento del consumo, Brasil y México han experimentado sequías que impactaron fuertemente en los precios de la ganadería y la agricultura y, por lo tanto, en el precio de los alimentos. La incertidumbre política en Perú, con la llegada a la presidencia de Pedro Castillo, candidato de izquierda radical, ha generado una fuerte desconfianza, salida de capitales y una depreciación del sol peruano contra el dólar. A modo de ejemplos, en México, el alza del precio del gas forzó al gobierno a implementar precios máximos, en Brasil la electricidad ha aumentado considerablemente y en Perú el aceite comestible se incrementó más de 100%.

Dentro de los factores internacionales, se debe señalar el repunte de la economía global que llevó a un incremento en el precio del petróleo y sus derivados como la gasolina. El aumento del costo del combustible, a su vez, derrama en el precio de otros bienes de consumo.  Adicionalmente, las interrupciones en las cadenas de suministros globales están afectando la recuperación global y presionando el alza de los precios. El FMI rebajó un punto porcentual el pronóstico de crecimiento para Estados Unidos para 2021 y citó a las interrupciones de la cadena de suministro como una de las principales razones. 

En conclusión, el aumento de los costos, impacta los planes de negocios de las empresas y afecta su rentabilidad ya que no siempre es posible trasladar estos incrementos a los precios. Esta situación nos ayuda a pensar en la importancia de individualizar los determinantes de los riesgos para poder anticipar estos eventos en el marco de una gestión activa de los riesgos.